martes, 1 de marzo de 2011

Mi corazón en Malawi


Todo el mundo me decía que cuando pisas el África subsahariana, tu corazón se queda allí para siempre. Yo reconozco que estaba un poco reticente ante esta afirmación, pero, desde el año pasado, que pisé por primera vez la tierra africana, os puedo decir que estaba completamente equivocada.
Gracias a la oportunidad que nos brindó Manos Unidas, un grupito de cinco personas visitamos los proyectos que la ONG lleva a cabo en este pequeño país, que según datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, ocupa el puesto 160, de un total de 182 países. Un dato importante a resaltar es que de los 32 más pobres, 30 son africanos.
En el año 2002 el país sufrió una terrible hambruna y todavía no se ha recuperado. No es un lugar caracterizado por la guerrilla, ni por la explotación de sus recursos, pero sí porque la gente se muere de malaria y de SIDA. Hay un salto generacional brutal: de los jóvenes adolescentes pasan a la generación de personas de más de 35 años que han logrado sobrevivir. Pero lo más increíble de todo es que, pase lo que pase, sonríen.
No se me olvidará la noche en que fuimos a visitar el hospital de Kapiri, una misión de las Carmelitas Misioneras, en el que cientos de personas hacían cola esperando una cama, o un trozo de suelo, o una mano que les diese algo de ayuda. Tras andar kilómetros para llegar hasta allí, madres con sus hijos cargados a la espalda, gastan y desgastan su tiempo a la espera de poder salvar a sus hijos. Allí estaban todas ellas, esperando, con no más de 17 años la mayoría, pero te sonreían.
Te miraban fijamente a los ojos, increpándote hasta lo más hondo, haciendo que te preguntes por qué tú no y ella sí. Por qué el mundo es tan terriblemente injusto, por qué necesito tantas cosas para vivir y ni siquiera estoy a gusto con ellas. Y ellas, que no han conocido otra cosa, no necesitan más.
Esa noche de paseo por el hospital, fue mi bautizo en Malawi. Sangre en el suelo, gente hacinada porque no hay más sitio y las hermanas rogando por poder ampliar las habitaciones, por poder dar formación a los malawianos y que en el futuro puedan ser médicos y enfermeros, para que todas y cada una de las personas que recorren kilómetros hasta llegar al hospital puedan ser atendidos como se merecen.
En todos los demás sitios que recorrimos del pequeño país, cuyo 20% está formado por el lago Malawi, nos recibían con cantos, con bailes, con colores. Con alegría. Los 500 niños huérfanos que viven en Chezi con las Misioneras de María Mediadora, que se llaman Manolo, Pedro, Antonio… crecen felices, corretean por la misión, pueden ir a la escuela. Aunque necesitan comer cada día, cque ada vez es más difícil conseguir –para ellos, y sólo para ellos, será la recaudación del concierto-.
Los dos últimos días llegamos a Mua. Una misión en plena selva y un poblado agradecido por haber ayudado a construir una acequia con la que, por fin, podían comer. O el hospital, con su nueva ambulancia y toda una actuación que nos regalaron en torno a la importancia de poder llegar a tiempo a recoger a un enfermo y salvarle la vida.
Y desde entonces, mi corazón, cada día en Malawi.
Cristina


No hay comentarios:

Publicar un comentario