Las mujeres son la base de la familia y de la economía en los países en vías de desarrollo –me gusta llamarlos así, porque dejamos un lugar para la esperanza–.
Ellas son las madres, que cuidan de los hijos y transmiten los valores de generación en generación. En Malawi las vi, con mis propios ojos, andar kilómetros y kilómetros hasta llegar al pozo, con sus bebés atados a la espalda, otros agarraditos de la mano y el barreño lleno de agua en la cabeza, haciendo equilibrios impensables.
Ellas son las esposas, que esperan pacientemente a sus maridos en casa mientras muchos –demasiados–, se emborrachan, huelen pegamento o se entretienen pegándose machetazos unos a otros. Doña Rosita, que vive en un poblado nicaragüense, acoge en su casa a su marido, a la amante de su marido, a sus hijos, a los hijos de su marido y la amante, a sus padres y a sus suegros. Limpia, cocina, vive para todos ellos. Y nunca pierde la sonrisa.
Ellas son las madres, que cuidan de los hijos y transmiten los valores de generación en generación. En Malawi las vi, con mis propios ojos, andar kilómetros y kilómetros hasta llegar al pozo, con sus bebés atados a la espalda, otros agarraditos de la mano y el barreño lleno de agua en la cabeza, haciendo equilibrios impensables.
Ellas son las esposas, que esperan pacientemente a sus maridos en casa mientras muchos –demasiados–, se emborrachan, huelen pegamento o se entretienen pegándose machetazos unos a otros. Doña Rosita, que vive en un poblado nicaragüense, acoge en su casa a su marido, a la amante de su marido, a sus hijos, a los hijos de su marido y la amante, a sus padres y a sus suegros. Limpia, cocina, vive para todos ellos. Y nunca pierde la sonrisa.
Ellas son las hijas, que aman a sus padres por encima de todo. Enseñan a los nietos el respeto hacia los mayores, los más sabios y por lo tanto, el gran tesoro que tiene cada casa. El ufumu malawiano es el jefe de la tribu, el más venerado y a quienes todos van a pedir consejo. Curtido por años de sol de justicia, el ufumu de Mua sonríe desdentado y anda cojeando, pero cuando se acerca, todos callan y esperan a que hable con su sabiduría infinita.
Ellas son las trabajadoras, sin un minuto de descanso. Cuando paseo por las afueras de la peruana Camaná, mujeres con largas trenzas negras como el carbón, polleras de infinitos colores y manos curtidas de largos años recolectando, van a trabajar al campo –a chirigüear a la chacra, como se dice allí comúnmente–. Salen cuando no ha salido el sol, con sus hijos a la espalda, y vuelven cuando se ha puesto. Un día, y otro, y otro...
Ellas son las amas de casa, que mantienen con dignidad sus humildes hogares. Nadie lleva las camisas más blancas que las mujeres nicaragüenses, que lavan cada día la ropa de toda su familia y preparan las tortillas de maíz para tenerlas calientes y preparadas, por si tienen visita, para ofrecer lo mejor de su casa. Doña Adela mató el único pollo que tenía –tras llevar meses alimentándolo y su familia sólo comiendo arroz– porque íbamos a visitarla.
Ellas son las líderes, las que tiran de la comunidad. La Madre Cristina vive en Perú hace cuatro años y sostiene una comunidad de cinco misioneras que cuidan de 30 niños cuyos padres han violado, abandonado, vejado. Cada día se levanta al alba, se enfunda los zapatos de batalla y no se sienta ni un solo segundo hasta que, de madrugada, se va a dormir. Es madre, hermana, psicóloga, enfermera, economista, cocinera... es el alma de la casa.
Ellas son el pasado, el presente y el futuro. Ellas, las mujeres. Trabajadoras.
Ellas son las trabajadoras, sin un minuto de descanso. Cuando paseo por las afueras de la peruana Camaná, mujeres con largas trenzas negras como el carbón, polleras de infinitos colores y manos curtidas de largos años recolectando, van a trabajar al campo –a chirigüear a la chacra, como se dice allí comúnmente–. Salen cuando no ha salido el sol, con sus hijos a la espalda, y vuelven cuando se ha puesto. Un día, y otro, y otro...
Ellas son las amas de casa, que mantienen con dignidad sus humildes hogares. Nadie lleva las camisas más blancas que las mujeres nicaragüenses, que lavan cada día la ropa de toda su familia y preparan las tortillas de maíz para tenerlas calientes y preparadas, por si tienen visita, para ofrecer lo mejor de su casa. Doña Adela mató el único pollo que tenía –tras llevar meses alimentándolo y su familia sólo comiendo arroz– porque íbamos a visitarla.
Ellas son las líderes, las que tiran de la comunidad. La Madre Cristina vive en Perú hace cuatro años y sostiene una comunidad de cinco misioneras que cuidan de 30 niños cuyos padres han violado, abandonado, vejado. Cada día se levanta al alba, se enfunda los zapatos de batalla y no se sienta ni un solo segundo hasta que, de madrugada, se va a dormir. Es madre, hermana, psicóloga, enfermera, economista, cocinera... es el alma de la casa.
Ellas son el pasado, el presente y el futuro. Ellas, las mujeres. Trabajadoras.
Cristina Sánchez (publicado hoy en Alfa y Omega)
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