jueves, 10 de marzo de 2011

¿Y qué hace una que se va hace un año a África y no piensa más que en volver?

Lanzo una pregunta a quien quiera responderla o pueda: Cuándo llevas mucho tiempo con una idea en la cabeza, ¿qué puedes hacer con ella?, ¿pueden 8 días en una vida cambiar prioridades, gustos, pensamientos y proyectos?...vale, acabo de hacer trampa, son dos preguntas.
Cuando me lo dijeron, no sabía ni situar Malawi en el mapa. De hecho, lo confundía con Mali. De hecho pensé “yo no voy ni loca”. De hecho, un día antes de irme me preguntaron: “¿en qué estas pensando, que dentro de unas horas estarás en África?”. De hecho respondí: “en lo único que pienso es en haber vuelto ya y estar en mi casa”.
¿Y qué hace una que se va hace un año a África y no piensa más que en volver? Pues me lo he planteado muchas veces y la respuesta la voy hallando día tras día. En la reacción de todos aquellos que nos ayudan  a Cristina y a mí a preparar el concierto. En la colaboración que nos prestan aquellos que nos han escuchado contar lo que vimos, lo que oímos, lo que vivimos, lo que África nos ha dado. Y eso que nuestra experiencia es chiquitita, está todavía en pañales. Pero, como aquel que está todavía en pañales, busca crecer y conocer a más gente y hacer y hablar y ayudar.
¿Y qué hace una que se va hace un año a África y no piensa más que en volver? Pues, de momento, dar las GRACIAS y mañana…Dios dirá.

Angelines Conde

¡¡¡Kusekerera Malawi en el blog de Javier Táuler!!!

Si pinchaís aquí, leeréis el pedazo de post que nos ha hecho Javier en su blog!

Muchísimas gracias por todo Javier, de verdad, ¡¡¡nos encanta!!!

jueves, 3 de marzo de 2011

En Facebook y Twitter!!!

Además del blog, podéis seguirnos en twitter @sonriemalawi y en Facebook, en un evento abierto que se llama Concierto benéfico para los niños de Malawi o en un grupo que se llama Yo también voy a ir el 23 de mayo a la Sala Galileo al concierto por Malawi.
¡Nos vemos en todos los lugares comunes!

Ellas

Las mujeres son la base de la familia y de la economía en los países en vías de desarrollo –me gusta llamarlos así, porque dejamos un lugar para la esperanza–.
Ellas son las madres, que cuidan de los hijos y transmiten los valores de generación en generación. En Malawi las vi, con mis propios ojos, andar kilómetros y kilómetros hasta llegar al pozo, con sus bebés atados a la espalda, otros agarraditos de la mano y el barreño lleno de agua en la cabeza, haciendo equilibrios impensables.
Ellas son las esposas, que esperan pacientemente a sus maridos en casa mientras muchos –demasiados–, se emborrachan, huelen pegamento o se entretienen pegándose machetazos unos a otros. Doña Rosita, que vive en un poblado nicaragüense, acoge en su casa a su marido, a la amante de su marido, a sus hijos, a los hijos de su marido y la amante, a sus padres y a sus suegros. Limpia, cocina, vive para todos ellos. Y nunca pierde la sonrisa. 
Ellas son las hijas, que aman a sus padres por encima de todo. Enseñan a los nietos el respeto hacia los mayores, los más sabios y por lo tanto, el gran tesoro que tiene cada casa. El ufumu malawiano es el jefe de la tribu, el más venerado y a quienes todos van a pedir consejo. Curtido por años de sol de justicia, el ufumu de Mua sonríe desdentado y anda cojeando, pero cuando se acerca, todos callan y esperan a que hable con su sabiduría infinita.
Ellas son las trabajadoras, sin un minuto de descanso. Cuando paseo por las afueras de la peruana Camaná, mujeres con largas trenzas negras como el carbón, polleras de infinitos colores y manos curtidas de largos años recolectando, van a trabajar al campo –a chirigüear a la chacra, como se dice allí comúnmente–. Salen cuando no ha salido el sol, con sus hijos a la espalda, y vuelven cuando se ha puesto. Un día, y otro, y otro...
Ellas son las amas de casa, que mantienen con dignidad sus humildes hogares. Nadie lleva las camisas más blancas que las mujeres nicaragüenses, que lavan cada día la ropa de toda su familia y preparan las tortillas de maíz para tenerlas calientes y preparadas, por si tienen visita, para ofrecer lo mejor de su casa. Doña Adela mató el único pollo que tenía –tras llevar meses alimentándolo y su familia sólo comiendo arroz– porque íbamos a visitarla.
Ellas son las líderes, las que tiran de la comunidad. La Madre Cristina vive en Perú hace cuatro años y sostiene una comunidad de cinco misioneras que cuidan de 30 niños cuyos padres han violado, abandonado, vejado. Cada día se levanta al alba, se enfunda los zapatos de batalla y no se sienta ni un solo segundo hasta que, de madrugada, se va a dormir. Es madre, hermana, psicóloga, enfermera, economista, cocinera... es el alma de la casa.
Ellas son el pasado, el presente y el futuro. Ellas, las mujeres. Trabajadoras.
 
Cristina Sánchez (publicado hoy en Alfa y Omega)

martes, 1 de marzo de 2011

Entradas del concierto

Las entradas del concierto se pueden comprar por internet en este link:
http://malawi.ticketea.com/
Otra opción, es el mismo lunes 23 de mayo en la entrada de la Sala.
Aunque también os las venderemos nosotros, sólo tenéis que escribir un comentario a este blog o enviarnos un mail a kusekereramalawi@gmail.com y os guardamos las entradas que queráis. Por cierto, ¡ofertón de entrada y cd con canciones de los participantes del concierto por sólo 15 euros! ¡Estamos que lo tiramos, vaya!
Recordad: Marwan, Andrés Suárez, Luis Ramiro, Esmeralda Grao, Cronopios, Manuel Cuesta y Míguez, juntitos para recaudar fondos para el orfanato de Chezi, en Malawi. ¡Una forma muy sencilla y divertida de ser solidario y ayudar a los que más lo necesitan!

Mi corazón en Malawi


Todo el mundo me decía que cuando pisas el África subsahariana, tu corazón se queda allí para siempre. Yo reconozco que estaba un poco reticente ante esta afirmación, pero, desde el año pasado, que pisé por primera vez la tierra africana, os puedo decir que estaba completamente equivocada.
Gracias a la oportunidad que nos brindó Manos Unidas, un grupito de cinco personas visitamos los proyectos que la ONG lleva a cabo en este pequeño país, que según datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, ocupa el puesto 160, de un total de 182 países. Un dato importante a resaltar es que de los 32 más pobres, 30 son africanos.
En el año 2002 el país sufrió una terrible hambruna y todavía no se ha recuperado. No es un lugar caracterizado por la guerrilla, ni por la explotación de sus recursos, pero sí porque la gente se muere de malaria y de SIDA. Hay un salto generacional brutal: de los jóvenes adolescentes pasan a la generación de personas de más de 35 años que han logrado sobrevivir. Pero lo más increíble de todo es que, pase lo que pase, sonríen.
No se me olvidará la noche en que fuimos a visitar el hospital de Kapiri, una misión de las Carmelitas Misioneras, en el que cientos de personas hacían cola esperando una cama, o un trozo de suelo, o una mano que les diese algo de ayuda. Tras andar kilómetros para llegar hasta allí, madres con sus hijos cargados a la espalda, gastan y desgastan su tiempo a la espera de poder salvar a sus hijos. Allí estaban todas ellas, esperando, con no más de 17 años la mayoría, pero te sonreían.
Te miraban fijamente a los ojos, increpándote hasta lo más hondo, haciendo que te preguntes por qué tú no y ella sí. Por qué el mundo es tan terriblemente injusto, por qué necesito tantas cosas para vivir y ni siquiera estoy a gusto con ellas. Y ellas, que no han conocido otra cosa, no necesitan más.
Esa noche de paseo por el hospital, fue mi bautizo en Malawi. Sangre en el suelo, gente hacinada porque no hay más sitio y las hermanas rogando por poder ampliar las habitaciones, por poder dar formación a los malawianos y que en el futuro puedan ser médicos y enfermeros, para que todas y cada una de las personas que recorren kilómetros hasta llegar al hospital puedan ser atendidos como se merecen.
En todos los demás sitios que recorrimos del pequeño país, cuyo 20% está formado por el lago Malawi, nos recibían con cantos, con bailes, con colores. Con alegría. Los 500 niños huérfanos que viven en Chezi con las Misioneras de María Mediadora, que se llaman Manolo, Pedro, Antonio… crecen felices, corretean por la misión, pueden ir a la escuela. Aunque necesitan comer cada día, cque ada vez es más difícil conseguir –para ellos, y sólo para ellos, será la recaudación del concierto-.
Los dos últimos días llegamos a Mua. Una misión en plena selva y un poblado agradecido por haber ayudado a construir una acequia con la que, por fin, podían comer. O el hospital, con su nueva ambulancia y toda una actuación que nos regalaron en torno a la importancia de poder llegar a tiempo a recoger a un enfermo y salvarle la vida.
Y desde entonces, mi corazón, cada día en Malawi.
Cristina